Existen ciertas palabras en las etiquetas de los alimentos con las que se debe tener cuidado. Es importante fijarse bien en la descripción del contenido de los productos, ya que en ocasiones puede llevar a error el pensar que son buenos para la salud, libres de grasas perjudiciales, azúcares, etcétera. Productos que en realidad, se esconden bajo otros nombres.
¿Cuantas veces hemos tenido en las manos un paquete de galletas con el reclamo de “naturales” o “recién horneadas” y luego, escudriñando la letra pequeña de las etiquetas de los alimentos descubrimos que más que galletas son una mezcla de aceite de palma, jarabe de glucosa, fructosa, gasificantes y emulgentes?
Las etiquetas de los alimentos
Es importante revisar la lista de ingredientes. Éstos están ordenados en función de la cantidad presente en ese producto, es decir, si el primer ingrediente es azúcar, eso es lo que más contiene el producto. También hay que tener en cuenta que si un alimento dice ‘sabor a naranja’, no necesariamente significa que contiene esa fruta, solo saborizante.
Según la Academia Americana de Pediatría y el Departamento de Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, aprender a leer etiquetas es fundamental para que los padres sepan elegir productos según su valor nutricional y a no dejarse llevar por la publicidad o por los envases atractivos y divertidos para los niños.
¿Sabemos que le damos a nuestros hijos?
De hecho, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha iniciado una campaña en la que invita a desconfiar de lo que leemos en las etiquetas de los alimentos y nos brinda herramientas para detectar los trucos más usados por fabricantes y comerciantes. En las etiquetas hay un montón de palabras que evocan o sugieren algo que no es cierto. Imágenes y adjetivos a menudo se utilizan con la finalidad de crear confusión. ¿A quién no le tienta un “jugoso”, un “natural” o un “casero”?
A tener en cuenta
Algunos detalles que debemos tener en cuenta a la hora de hacer la compra familiar, según explica a Cuatro Carla Sánchez Zurdo, nutricionista y entrenadora personal en su centro Boostconcept:
- Hidratos de carbono y azúcar. En la etiqueta aparecerá siempre el contenido total en hidratos de carbono y se añadirá, “de los cuales, azúcares…”. Cuando se usa el término azúcar se refiere a una molécula simple, que no aporta beneficios a la salud y perjudicial porque sube muy rápidamente en sangre y aumenta el riesgo de diabetes. Debemos limitar el consumo de este tipo de azúcar y priorizar el de hidratos de carbono más complejos. Cuidado con la fructosa, el azúcar de la fruta. Aunque se anuncie como saludable, cuando se añade a los alimentos no parece más sana a largo plazo que el azúcar como tal.
- Grasas. La etiqueta debe mostrar el contenido total y además la cantidad de grasas saturadas. Hay que evitar las que se encuentran en productos procesados, las grasas industriales o ‘trans’, muy presentes en la bollería industrial. En los ingredientes aparecen como parcialmente hidrogenadas.
- Aditivos. Pueden tener más de un nombre. Lo más común es que aparezcan con una E seguida de un número. Si este es de la serie del 100 se trata de un colorante, si es de la del 200, un conservante. Es un antioxidante si está en la serie del 300; un espesante si está en la del 400; un regulador de acidez en la del 500 y un potenciador del sabor si está en la del 600. En algunos casos son necesarios y seguros, pero no necesariamente inocuos. Pueden alterar el sentido del gusto, incitándonos a consumir productos cada vez más dulces o incluso más sabrosos debido a que potencien su sabor.
- Producto cárnico. Si pone eso en la etiqueta lo que estás comprando no es carne, sino un producto que además de la carne puede llevar especias, agua, conservantes, colorantes y otros aditivos e ingredientes. En el caso de las salchichas, por ejemplo, la etiqueta ‘pavo 100%’ no significa que sean de pavo al 100%. Lo que en realidad estás comprando es una salchicha donde el 41% es 100% pavo. El % restante es una mezcla de agua, almidón, proteína de soja, fibra vegetal, aromas y especias, sal… Si lo que buscas es pavo 100% acércate a la carnicería y opta por pechuga de pavo.
- Néctar. Esta palabra suena a algo bueno, con sabor, pero en realidad es un zumo diluido con agua al que se añaden azúcar o edulcorantes y aromas para compensar el sabor que pierde al diluirse. Si vas a comprar zumo natural, asegúrate de que lo haces o mejor, exprímelo y hazlo tú mismo.
«Lo ideal es dar a nuestros hijos productos lo más frescos y naturales posibles, cuanta menos intervención industrial tengan, más saludables y mayor contenido en vitaminas y minerales nos aportarán», concluye Carla Sánchez Zurdo.
Términos que llevan a desconfiar
En las etiquetas hay un montón de palabras que evocan o sugieren algo que no es cierto. Por el contrario, a veces la clave está en la palabra que falta. Todo en el envase finge ser algo que no que es. Por ejemplo, en un envase de lo que parece queso rallado la palabra queso no aparece. Esas palabras que faltan en la etiqueta no se omiten sin querer, sino porque, con la normativa en la mano, lo que tratan de vender no es queso, sino un preparado lácteo.
A continuación una lista de los términos confusos que, según publica LaVanguardia, deben hacer desconfiar:
- Natural. Ese calificativo despierta en el consumidor la creencia que lo natural es mejor, pero es un término vacío que sólo puede a atribuirse al agua mineral natural envasada (la que se obtiene directamente de manantial), al yogur natural (con fermentos e ingredientes lácteos y sin aromas), a los aromas naturales (aditivos de origen vegetal o animal) y a las conservas al natural. En los demás casos, es una exageración.
- Casero o artesano. Si lo leemos en un producto envasado está claro que ha seguido un proceso industrial, que en la mayoría de los casos implica utilitzar un montón de aditivos que salpican las etiquetas de “E-…”. Cuando cocinamos en casa los gelificantes, colorantes o acidulantes industriales quedan fuera de juego.
- 100% carne de… o el truco del porcentaje. En el envase pone bien grande 100% carne de pavo, por ejemplo, y al leer la lista de ingredientes (ya sabemos que si la tiene, no es un producto fresco ni natural), resulta que pone 85% pavo y el resto son agua, sal, especias, aditivos varios… Se trata del truco del porcentaje. Por eso es importante leer con atención la letra pequeña. Las sorpresas están garantizadas.
- Elaborados. Un término frecuente en productos pesqueros que se venden frescos, y denota que normalmente lleva agua añadida y algunos aditivos que facilitan que se aclare el color, y se ablande el producto. Recurrir a esto es algo habitual sobre todo en los envases de anillas de calamar, que en algunos casos, más que calamar se trata de pota.
- Extrajugoso. Cuando se trata de alimentos preparados lo que suele indicar es que nos encontramos con un producto (normalmente el calificativo lo llevan el jamón, el pavo y diversos fiambres), de una calidad inferior, con menos carne y más agua, de ahí que sea más jugoso.
- Marinado. Puedes pensar que te llevas a casa una preparación muy sofisticada, pero lo que suele aportar el marinado industrial es agua añadida, que aparece en el segundo lugar de la lista de ingredientes. Si descuentas el porcentaje de carne que te indica la etiqueta de un producto “marinado”, lo que queda es agua con aditivos, además de especias y aromas para dar sabor.
- Sabor a… La etiqueta de ese yogur, ese postre, ese dulce con “sabor a” lo que está diciendo es que el producto no tiene nada más que el sabor de lo prometido. Yogur sabor a fresa pero sin fresa, sólo con aromo y colorantes que evocan la fresa.
- Néctar. Bonita palabra con ecos de algo selecto o exquisito, pero el néctar en realidad es un zumo diluido con agua, al que se añaden azúcar o edulcorantes y aromas para compensar. Si vas a comprar zumo asegúrate de que escoges néctar o zumo a base de concentrado.
En la página web de la OCU hay la lista completa de los productos que han denunciado por lucir etiquetas engañosas. Con el hashtag #EtiquetasTrampa aglutinan toda esta operación para ayudar a los consumidores y obligar a los fabricantes a modificar el tono de los etiquetados.